El Té y la Tradición

Durante la dinastía china de los Tang (618-907 D.C.), el té evolucionó hacia el al consumo popular, más allá de sus aplicaciones farmacéuticas, para convertirse en un refinado elemento de todos los días. Aparecieron las primeras casas de té y por primera vez la bebida se convirtió en fuente de inspiración artística: pintores, alfareros, literatos y poetas crearon a su alrededor un sofisticado universo, cargado de simbología. Ésta es también la época del poeta Lu Yu (723-804 D.C.) poeta y autor del primer libro sobre el té: Cha Jing o Clásico del Té, en el cual describe la naturaleza de la planta y codifica el modo de preparación y de degustación de la bebida. Lu Yu escribe: “En el servicio del té, encontramos el mismo orden y armonía que reinan en todas las cosas”.

 

El té se producía entonces en forma de ladrillos comprimidos, que se tostaban antes de ser reducidos a polvo y vertidos sobre agua hirviendo. Esta bebida se mezclaba con leche y los más diversos ingredientes, como sal, especias y mantequilla. Así, de hecho, se sigue consu-miendo hasta el día de hoy en regiones como el Tìbet.

El te llegó a tener un valor tan importante, que hasta llegó a utilizarse como divisa. Durante la dinastía Tang fue creado un organismo para regular el trueque entre China y Mongolia, llamada oficina del té y del caballo (Cha Ma Si), en referencia a los bienes intercambiados  Este organismo habría de funcionar hasta la caída del Imperio, en 1911.

En el siglo X, nace una segunda escuela durante la dinastía Song (960-1279 D.C.), que con la poesía de sus ceremonias y la importancia que confiere a la observación de las reglas de preparación, precede la llegada de la ceremonia japonesa del té o Cha No Yu, término que significa literalmente agua hervida en el té. Los tés para consumo eran cada vez más refinados, y la cerámica tomó su lugar determinante al lado del té. Las hojas se reducían a un polvo muy fino con ayuda de una muela, al cual se agregaba agua a punto de hervir. A continuación, la mezcla obtenida era batida con un implemento de bambú hasta formar espuma. Al margen de este ritual, reservado para la corte, la bebida se filtró hacia otros estratos sociales, con lo cual aumentó su consumo.

Durante la dinastía Ming (1368-1644 D.C.), frente a la creciente demanda popular, un decreto imperial eliminó el moldeado, (*la última etapa de fabricación de los tés comprimidos), por consumir demasiada energía. Se diversificó la producción, se generalizó la confección del té en hoja (a granel) y aparecieron los 6 colores del té. Comenzó a consumirse bajo su forma actual: en infusión dentro de un recipiente. Esa nueva manera de beber el té influyó sobre los objetos y accesorios usados en la preparación. La hervidora remplazó a las botellas de té de la época Tang, y la tetera se convirtió en el utensilio ideal para dejar la hoja en infusión. Esta evolución en la manera de tomar el té produjo un arte particular de degustación para los Oolong (té azul-verde) en Taiwán, el gong fu cha, que significa “habilidad y esfuerzo”. De esta forma, el té se democratizó, ganándose poco a poco al espectro de las clases sociales y a su vez  hallar una nueva expansión económica con la exportación.

En Japón el té hizo su aparición en el siglo VII. En varias ocasiones, monjes budistas transportaron semillas de la planta de té desde China para intentar establecer su cultivo. Sin embargo, hubo que esperar al siglo XV para que el té se difundiera por el archipiélago. Sen No Rikyû (1522-1591) fue el primer gran maestro del té: es él quien convierte al té en religión, arte y filosofía. Estos se expresan a través de una ceremonia compleja y extremadamente codificada, en la cual el ideal es revelar la grandeza que hay en las cosas sencillas y esenciales de la vida cotidiana. Rikyû dice: “El té no es nada más que esto: calentar el agua, preparar el té y beberlo decentemente”.